martes, 25 de noviembre de 2025

El Jinete De Las Tormentas

   La noche estaba por demás oscura cuando Sandro, montado en su caballo, se adentró en el sendero de un bosque. Cielo, campo y bosque estaban fundidos en la misma oscuridad, y hasta su propio caballo casi desaparecía completamente en ella. Confiaba en la vista del animal, porque él apenas distinguía vagas formas y contornos que solo hacían todo mas confuso. Ya había atravesado noches así, pero en esa ocasión sentía como un pesar en su pecho, cierta angustia no sabía por qué. Alguna rama que lo rozaba le indicaba la proximidad del bosque. Todo estaba silencioso allí, era demasiado silencioso. Sandro frenó el caballo para escuchar. Nada, ni grillos ni pájaros nocturnos, hasta el chistido de una lechuza hubiera sido bueno en aquel silencio. 

Sombras por todos lados, y, repentinamente, una silueta iba a su costado. Era otro jinete. ¿Cómo había aparecido así de la nada, sin un ruido? Sandro cerró los ojos, mas al abrirlos el jinete seguía allí, andando a su lado, y de pronto el extraño le preguntó con una voz profunda:

—¿Usted cree en el Diablo?

Por un momento no pudo responder, estaba demasiado impresionado. Aquel jinete que iba a su lado podía ser cualquier cosa menos una persona, y lo que montaba tampoco podía ser un caballo de carne y hueso. Solo habían aparecido de pronto. Finalmente buscó coraje en su ser y pudo hablar:

—Yo no —respondió Sandro con la voz quebrada, temiendo lo que seguiría a esa pregunta. 

—¿Por qué no? Las pruebas de su presencia están por todas partes —objetó aquella sombra.

En ese momento retumbaron unos truenos tras los jinetes, y Sandro se estremeció. A pesar de la oscuridad el extraño pareció notar la reacción de Sandro, y emitió una risita grave, cavernosa.

—¡Jajaja! Ahí tiene una prueba —comentó el jinete misterioso—. Esas tormentas que dejan estragos tras de si, las que traen inundaciones, vientos, rayos… ¿Usted cree que esas tormentas son obra de “Aquel”? No señor, son obra del Diablo. ¿Acaso ve usted a “Aquel” en una inundación que barre un pueblo entero? ¿Lo ve en los ahogados que pasan dando vueltas en el agua espumosa y oscura? ¿Y que tal los vientos que arrasan casas enteras, comunidades enteras? Gente llorando que no sabe qué hacer, pues han quedado sin nada, familias destrozadas, con familiares desaparecidos. ¿Lo ve en alguna de esas cosas? De ninguna manera, todo eso es obra del Diablo, y usted las conoce bien, ha vivido varias situaciones así. 

—Es cierto —respondió Sandro, ya repuesto de la primer terrible impresión—. Esas tormentas deben ser obra de “Aquel” que usted dice. Pero tras esas desgracias viene la solidaridad, la ayuda de gente lejana, de países lejanos a veces. La gente se entera de esas noticias y pasan cosas buenas. Se donan ropas y comida para desconocidos, se organizan campañas solidarias para ayudar a los damnificados, se levantan nuevas casas, y en situaciones así, muchos rezan por gente que nunca van a ver. En todo eso veo a Dios.

Cuando Sandro terminó de decir eso, la figura del jinete que marchaba a su lado ya no estaba. En la lejanía se desataba ahora una tormenta terrible.

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