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lunes, 27 de octubre de 2025

El hombre tranquilo.

 Los ruidos de las sirenas interrumpieron la siesta de Carlos. Se puso a escuchar sin levantarse. Pasó una sirena, otra, dos más, varias de ellas. Por el ruido supo que eran carros de bomberos. Después distinguió sirenas de ambulancia, policías, y algunos helicópteros pasaron volando ruidosamente sobre la zona. “Debe ser un incendio grande”, pensó. Era un tipo tan tranquilo que no le dio importancia al asunto, mas no pudo seguir durmiendo porque se dio cuenta que los bomberos se detenían no muy lejos de su zona.

Ya le habían arruinado la siesta. Se levantó desperezándose. Remolonamente se calzó unas pantuflas y fue arrastrándolas hasta el baño, entre bostezos y restregándose los ojos. Fuera de su casa seguía el escándalo de las sirenas, pero no por eso se iba a apurar. Se estaba cepillando los dientes cuando se dio cuenta que el tránsito había aumentado y se estaba descontrolando. 

Sonaban bocinas y había gente que gritaba histérica. Repentinamente estallaron unos ruidos realmente fuertes: Unos autos habían chocado cerca de su casa, y fue justo cuando Carlos estaba haciendo un buche con enjuague bucal. El enjuague empapó el espejo al salir disparado de su boca, y medio se ahogó por el sobresalto; inevitablemente tragó un poco y el líquido le quemó la garganta mientras bajaba.

—¡Maldición! —exclamó—. ¿Qué le pasa a todo el mundo hoy?

Después volvió a su natural aplomo. Escupió en la pileta y puso atención; la gente estaba tan apurada que chocaban unos con otros. Se secó la cara como siempre. Solo después de peinarse cuidadosamente decidió salir a ver qué pasaba, aunque mientras lo hacía los ruidos seguían aumentando, y cualquiera hubiera salido antes. Por los bocinazos y los insultos era evidente que el tráfico estaba atascado en aquella calle, mas eso era algo muy extraño, porque normalmente apenas circulaban autos por allí. Pensó que debía ser por el incendio. ¿Sería tan grande como para que tanta gente estuviera huyendo? Carlos abrió la puerta y vio el caos que había escuchado.

Los vehículos se amontonaban en aquella cuadra. Había un auto incrustado en la parte trasera de otro, mientras un buen número de ellos tenían abolladuras ocasionadas en el apuro. Algunas personas salían de los vehículos y seguían a pie. Después de mirar hacia atrás se movían más rápido. Aquello no era un simple embotellamiento, era una estampida; estaban huyendo desesperados.

Desde hacía algún tiempo, cuando Carlos miraba los noticieros, terminaba siempre sacudiendo la cabeza hacia los lados, como negando. “Que locura hay en el mundo. Tantas guerras absurdas, tanta intolerancia... Que grande es la estupidez humana. ¿A dónde vamos a parar si esto sigue así?”, reflexionaba. Pero a pesar de pensar eso no se amargaba, nada perturbaba la sólida tranquilidad con la que encaraba la vida.

Frente a su casa corría un gran alboroto. Al ver que ya no podían circular más, ahora todos se bajaban de los autos, tomaban sus maletas apresuradamente y seguían a pie, andando lo más rápido que podían. Los más ágiles y rápidos adelantaban a los viejos y a los gordos. Algunas personas caían, y según su condición, se levantaban como podían o empezaban a pedir auxilio inútilmente desde el suelo, pero nadie se detenía. Al huir miraban repetidas veces hacia atrás, que para Carlos era su lado derecho. ¿Qué ocurría rumbo a aquel lado? Miró hacia allí. 

Pensó que era comprensible el apuro de la gente; desde ese lado venía algo horrible, algo que solo se podría describir como una montaña de fuego, una montaña de cimas puntiagudas y ondulantes, de llamas. Hasta el peor incendio forestal quedaría empequeñecido frente a aquella monstruosa columna de fuego y humo.

Observando esa descomunal avanzada de llamas inconcebibles, Carlos vio que entre el fuego se movía una criatura gigantesca, un monstruo de pesadilla. Era bípedo como un humano, pero su cabeza no se parecía a nada que hubiera existido sobre la tierra, a menos que se combinaran algunas características de los más monstruosos seres. Enseguida supo que aquello era el Diablo. El colosal demonio miraba hacia abajo, levantaba una de sus piernas-pata y la bajaba con estruendo, como quien está aplastando insectos con sus pies, pero este aplastaba personas, vehículos y casas. Nada escapaba a su mirada. No había donde esconderse ni donde huir, y las llamas que lo acompañaban se iban extendiendo hacia todos lados.

Un tipo conocido de la zona pasó corriendo por la vereda y se detuvo frente a Carlos. El tipo tenía los ojos muy grandes por el miedo. Demasiado alterado como para pensar en por qué se detenía a hablar en una situación así, dijo a los gritos:

—¡Es el fin del mundo, Carlos! ¡Es el fin del mundo!

—Eso veo —comentó Carlos.

—¡Pero hombre! ¿Cómo puede estar tan tranquilo?

— Con todo lo que ha pasado últimamente, esto no podría sorprender a nadie —le respondió tranquilamente.

El conocido quedó pensativo un instante, después el miedo lo dominó de nuevo y salió corriendo. Carlos entró a la casa. De qué servía huir. Se sirvió café y se sentó a degustarlo. Fuera los pasos del gigante retumbaban cada vez más cerca.

lunes, 11 de agosto de 2025

El Misterioso Bosque Milenario

 ¡Saludos gente! Aquí el autor del blog, Jorge Leal. Este cuento, que es de terror cósmico, más o menos, me dio bastante trabajo, y nunca lo usé para nada. Hoy me acordé de él y lo dejé aquí, a ver si finalmente me sirve de algo. Gracias.


Alfredo fue enlenteciendo el paso hasta que se detuvo frente al borde de un bosque, porque creyó ver un rostro donde no tenía que haber uno.

A él le gustaba llamarse un senderista aventurero, porque solía tomar caminos poco transitados. Ahora, con su mochila en la espalda y el bastón de senderismo en una mano, recorría un campo gris, inmóvil y silencioso, que parecía extenderse infinitamente bajo un cielo que se iba nublando. Las nubes se veían muy compactas, casi como islas flotantes, y cada tanto sus sombras pasaban rápidamente por la pradera desolada. 

Estaba por volverse sobre sus pasos, porque aquel paisaje comenzaba a inquietarlo un poco, no sabía por qué, cuando divisó el límite de un bosque oscuro, que se levantaba allá a lo lejos, como una muralla que ponía un alto a la monotonía del campo. Entonces pensó que podía llegar hasta allí en un rato y ver si era interesante.

 Estaba más lejos de lo que juzgó, pero al fin alcanzó el borde, y ahí notó aquello extraño. Estaba en el tronco de un árbol colosal y nudoso. Era un rostro distorsionado, inmenso y grotesco, y lo que lucía como una boca, que aparentemente era una grieta en la corteza, mostraba una sonrisa maliciosa. Alfredo pensó que su mente armaba un rostro donde solo había grietas y nudos en una corteza vieja, y al dar un paso al costado se convenció de eso por un instante porque la forma desapareció; mas al voltear hacia otro árbol, se encontró con algo semejante a dos ojos sobresaliendo en la corteza, y estos lo miraban a él. 

—¿Impresionan, ¿verdad? —dijo de pronto una voz temblorosa de anciano.

 —¿¡Qué!? —preguntó Alfredo, sorprendido, casi impactado.

 El viejo era calvo, tenía una barba muy blanca y espesa, y unos ojos muy pequeños que casi desaparecían entre las arrugas. Vestía unas ropas muy humildes de color gris oscuro, y llevaba un bastón retorcido, lleno de nudos. ¿De dónde había salido, cómo no lo había visto llegar? Concluyó que los árboles lo habían distraído y por eso no notó antes al viejo cuando se acercaba.

 —Esas caras que se marcan en casi todos los troncos —dijo el viejo como si continuara una conversación de hacía rato—Esas caras impresionan por más veces que uno las haya visto. Debe ser que el mito que se cuenta de este bosque debe ser verdad.

—¿Qué mito? —preguntó entonces Alfredo, sintiéndose extraño por conversar así con alguien que había aparecido de pronto, y ni se habían saludado. pero extrañado y todo, ahora sentía mucha curiosidad. 

 —¿Me dice usted —lo interrogó a su vez el viejo, cerrando casi totalmente un ojo y ladeando la cabeza, como desconfiando—...que no conoce el mito de este bosque? Bueno, si, se ve que no es de la región. Se lo cuento entonces.

 Y apoyando las dos manos en el bastón, el viejo se acomodó para relatar una historia como si se lo hubieran pedido. A su vez, aunque algo sorprendido todavía, Alfredo lo escuchó con atención. Pero antes el bosque se agitó repentinamente, el viento silbó entre las ramas, las sacudió, y al volver la calma, una calma inquietante, la misma del campo gris que se extendía atrás, el viejo narró lo siguiente:

 —Voy a contarla a mi modo, pero lo principal es lo que cuentan todos en la región. Fue hace mucho tiempo, ¿cuánto? Creo que nadie lo sabe bien, pero seguramente muchos siglos atrás, y no, no es algo que yo haya vivido, no soy tan viejo ¡jeje! 

"Un pastor de ovejas acampo por aquí una noche de luna llena, debajo de un árbol, el único que había en la zona en esos tiempos. De repente se enderezó bruscamente hasta quedar sentado, y así escuchó y miró hacia todos lados. Lo había despertado el silencio, no un ruido, porque a veces el silencio puede llamar más la atención.

 “Se alarmó al no ver a sus ovejas pastando por allí, y había algo más, pero qué. Antes de levantarse pensó, y miró sobre su hombro derecho. El campo casi resplandecía porque el rocío que empapaba todo brillaba bajo la luz de la luna, y allá, a una distancia que no podía calcular, había dos grandes promontorios. ¿Eran unos peñascos, simples promontorios o cerros lejanos? No recordaba haberlos visto en aquel lugar. 

“Cuando empezaba a creer que más temprano la noche los había ocultado en la sombra, y que ya estaban allí, pero él no los había notado, los promontorios empezaron a crecer. Se elevaron y fueron tomando forma. Uno se parecía a un humano, el otro, aunque se le formaron brazos y se paró sobre dos piernas, de la espalda le sobresalían cosas largas, como esas ramas —observó el viejo señalando un árbol con el bastón—¿Qué eran esos gigantes? Nuestro pastor no tuvo dudas, eran dioses, o más bien, un tipo de dios y un demonio, el de las cosas en la espalda. La existencia de esos seres gigantes no formaba parte de las creencias religiosas del hombre, pero creyó que eran dioses porque podía sentir su energía.

 “Solo podemos especular lo que sintió en ese momento, porque con su lenguaje limitado nunca lo pudo expresar bien, pero seguramente sentía más terror que otra cosa. Y esto debe haber empeorado mucho cuando los dos colosos empezaron a luchar. Por suerte para el hombre, debían estar a varios kilómetros de distancia, aunque su tamaño creaba la ilusión de que estaban más próximos. La primera embestida, que fue del demonio, retumbó e hizo temblar la tierra horriblemente. El hombre cayó hacia atrás, empujado por un viento terrible, y arrastrándose se protegió detrás del tronco, justo antes de un nuevo estremecimiento. Los gigantes eran tan grandes que sus movimientos parecían lentos. Cada vez que chocaban, la tierra temblaba, y el pastor pensó que si seguían así iban a destruir todo, que sería el fin del Mundo. 

“Cuando los estruendos cesaron un instante, el hombre, protegido por el árbol, espió hacia los dioses, y vio que el demonio empezaba a llenarse de grietas luminosas. Se agrietaba por todas partes y su interior era luminoso. Entonces, el que tenía forma humana, levantó un brazo y lo descargó sobre el otro. La reacción fue increíble. El demonio explotó en miles de pedazos que volaron al cielo y se expandieron hacia todas partes. Muchos de esos trozos iban hacia el lugar donde estaba el pastor, por eso este creyó que era su fin.

 “Cuando los pedazos impactaron cerca de él, lo invadió la oscuridad y por quién sabe cuánto tiempo no supo más nada. Volvió en si cuando aún era noche, aunque la luna estaba muy baja. El ser con forma humana ya no estaba, y los pedazos del otro, que habían caído en toda esta zona, parecían haberse integrado al campo o desaparecido. 

“Nuestro pastor llegó al pueblo tambaleando, y creyó que todos también estarían impactados, porque, aunque no hubieran visto a los gigantes, si tenían que haber sentido el temblor de la tierra y las ráfagas como viento huracanado de la batalla; mas todos se comportaban normalmente, no se habían enterado. El hombre no se explicaba cómo, pero de alguna forma la batalla solo había afectado una zona determinada. Sería cuestión de magia, pensó. Y como no quería que lo tomaran por loco, por algunos años no le contó aquello a nadie.

 Mas cuando en la zona del enfrentamiento empezó a crecer rápidamente un extenso bosque muy extraño, con un único tipo de árbol que nadie reconocía, y con esas características que ve ahí, la gente empezó a especular cosas extrañas, y ahí sí el pastor se atrevió a narrar los sucesos de aquella noche. Aunque era un relato difícil de creer, al echar una mirada a estos árboles, así como usted lo hizo. 

Todos se convencieron. Y así se creó ese mito, si es que es eso. Si, puede que estos árboles sean como hijos del demonio, o todos son parte del mismo ser, producto de sus pedazos, y aunque ahora duermen, ¡quién sabe si siempre van a seguir así!”—terminó su historia el viejo.

 Alfredo quedó mirando la oscura fronda, sin saber qué decir después de aquella narración tan increíble. Cuando quiso hablar el viejo ya se retiraba, doblo hacia el bosque y pronto desapareció en él.