¡Saludos gente buena! Hoy subo unos cuentitos de terror rural. Los campos y bosques se prestan para que surjan historias de misterio y terror, reales o no. Vamos a ellos.
Campamento De Terror
Mi habilidad de despertarme a voluntad durante un mal sueño, me hizo pasar un momento de puro terror en aquel campamento.
Esa vez éramos siete campistas y surcamos el río en tres lanchas. El viaje fue completamente normal. Los surcos que las lanchas dejaban en el agua se iban ensanchando, y después golpeaban las orillas o agitaban marañas de camalotes. En ambas riveras se levantaban oscuros montes, y en las playas deambulaban garzas que partían volando cuando nos acercábamos, mientras en el cielo cruzaban todo tipo de bandadas.
Llegamos al campamento. Era la primera vez que íbamos allí. Llevábamos, para mi gusto, demasiadas cosas. Cuando terminamos de bajar todo, ya el sol había descendido hasta un horizonte rojo que se extendía sobre el monte de la otra orilla. Y todavía había que armar la carpa, una grande que daba para los siete. Todos ayudamos a preparar la cena y encender la fogata.
Ya con algo de hambre y bastante cansado, ni intenté pescar, lo dejé para cuando amaneciera. La cena fue, como siempre, muy amena y abundante. Después de cenar nos sentamos rodeando la fogata, y diferentes conversaciones avanzaban, se desviaban y casi siempre terminaban en risas. Todo muy agradable. Solo había algo que me incomodaba un poco. Por la falta de tiempo no había explorado la zona como acostumbro.
El lugar del campamento era bastante reducido. Enseguida de ese pequeño puerto despejado, empezaba un monte enmarañado que apenas tenía algunas entradas, tal vez unos comienzos de senderos que llevaban quién sabe a dónde, o eran simples aperturas que terminaban a pocos metros, no lo sabíamos.
El frío ya se estaba haciendo incómodo cuando todos decidimos acostarnos. Como habíamos llevado bastante leña y de la buena, alimentamos la fogata. No fuera a ser que algún animal se arrimara hasta allí a merodear, atraído por el olor a la comida.
Mis compañeros se metieron en sobres de dormir, yo quedé sobre el, porque sabía que de madrugada me iba a dar calor.
Nos encontrábamos en un área bastante remota, muy alejada del caserío más cercano, y el monte que empezaba allí tenía seguramente varios kilómetros de ancho. Por eso el silencio era casi absoluto. Solo cada tanto cantaba algún pájaro nocturno, algunos grillos o croaban los sapos. Más avanzada la noche, fuera no se escuchaba nada. Dentro de la carpa algunos roncaban y otros resoplaban pesadamente. Me dormí. Empecé a soñar y no eran sueños agradables. Íbamos, como por la tarde, surcando el río en las lanchas, pero de pronto se detuvieron, como frenadas por algo. Seguidamente se escucharon chapoteos en las orillas, giramos las cabezas hacia esos ruidos y vimos que eran cocodrilos gigantescos que se tiraban en dirección nuestra, y desaparecían en el agua, o se veían sus enormes lomos moviéndose en nuestra dirección.
Cocodrilos en Uruguay. La situación me resultó irrisoria, porque sabía que era un sueño. Es normal para mí tener muchos sueños lúcidos, y los que no empiezan así, en algún momento tomo consciencia y pasan a ser lúcidos también. Durante este pensé quedarme y enfrentar a los cocodrilos junto a mis amigos, pero noté que en el bote no había nada con que defenderme, y aunque hice un esfuerzo, no pude hacer que apareciera algún arma. Mejor me despertaba.
Desde niño, en los sueños, podía despertarme a voluntad. Creo que a temprana edad casi todos pueden hacerlo, mas después se pierde esa habilidad. Pero ahora hice un esfuerzo, y nada. El agua explotó alrededor de las lanchas y emergieron las cabezas monstruosas de los cocodrilos. En un instante solo veía dientes y el interior de la boca de uno de los reptiles de aquella pesadilla. Entonces usé toda mi voluntad, y al fin pude despertarme.
En la oscuridad de la carpa todos dormían respirando pesadamente, como inquietos, me dio la impresión. Me enderecé hasta quedar sentado, ahora tendiendo mis sentidos hacia afuera. Allí había un grupo que parecía estar jugando entre risas agudas y chillonas. Alarmado, observé el interior de la carpa. Mis ojos ya se habían acostumbrado a la oscuridad y confirmé que estaban todos. Además aquellas risitas eran muy chillonas.
La carpa tenía una especie de ventana baja de material transparente. Anduve sobre mis manos y rodillas hasta asomarme furtivamente. Eran, creí en un primer momento, cuatro niños bastante pequeños que jugaban en derredor de la fogata. Juego no sería la palabra exacta, porque blandiendo ramas encendidas a modo de garrotes, se golpeaban con ellas mientras se movían con rapidez, saltando de un lado al otro y chillando.
De repente quedaron quietos y voltearon hacia mí a la vez, y pude ver, horrorizado, que parecían ancianos deformes, con algunos rasgos de animales, principalmente las orejas. Entonces, de la nada, uno de ellos apareció frente a la ventana, muy cerca de mi cara.
Le agradecí después a mis trotes diarios. Si mi corazón no estuviera sano no hubiera soportado tanto terror. Sí me desmayé, volviendo a la consciencia no sé cuánto rato después. Fuera ya no se escuchaba nada y mis amigos parecían dormir mejor. Esperé el amanecer.
Lo que sucedió después solo confirma que lo que vi fue real. La fogata, ya apenas humeando, estaba toda desordenada y había leña a medio quemar por todo el campamento. El desconcierto fue grande para mis amigos, porque nos conocíamos hacía mucho, y nadie creía que alguien del grupo fuera capaz de hacer algo tan irresponsable y peligroso. Después empeoró, cuando uno de ellos recordó la horrible pesadilla que tuvo, una pesadilla con cocodrilos en aquel río, y enseguida todos dijeron soñar con lo mismo.
Nos fuimos apresuradamente de aquel campamento de terror. Para mí fue peor. Hubiera preferido solo sufrir la pesadilla, y no haber perturbado a aquellos seres endemoniados.
El Fantasma De La Laguna
La luna estaba quieta en la superficie del agua, y el pescador que se encontraba sentado en la orilla estaba igual de inmóvil. El arroyo allí formaba una pequeña laguna que estaba rodeada de árboles. La orilla opuesta a donde esperaba inmóvil el pescador, era una barranca alta que en un costado tenía un sendero angosto e inclinado que permitía llegar hasta el agua. Todo estaba envuelto en luz lunar y en quietud, quietud de noche calurosa y agobiante.
Ni un grillo cantaba esa noche y ni una rama se agitaba, como si la luz de la luna paralizara todo. El pescador se encontraba sentado entre dos árboles y detrás de él palidecía un campo vasto que parecía reflexionar en silencio como todo en esa noche.
El pescador estaba concentrado en una boya que flotaba inmóvil cerca del reflejo de la luna. El final del sendero que subía por la barranca, no se veía desde la ubicación del pescador, porque allí el tronco de un árbol que había crecido peligrosamente contra el borde le obstruía la vista.
En ese lugar, detrás de ese tronco se movió algo que lo hizo apartar la vista de la boya. El movimiento era una cabeza de hombre asomándose detrás del árbol. Se asomó un poco más y espió toda la laguna moviendo lentamente la cara. Después apareció el resto del cuerpo y empezó a bajar con cuidad por el sendero. No tenía calzado ni camisa, solo vestía con un pantalón corto.
El pescador supuso que el tipo había dejado el resto de la ropa arriba de la barranca. No le agradó la idea de que alguien viniera a importunarlo, el lugar era muy pequeño y le iba a espantar los peces. Estaba por decirle algo pero quedó callado al notar una cosa. El tipo sin camisa volvió a mirar todo pero pareció no notarlo aunque su mirada pasó por donde él se encontraba. Tenía que notarlo perfectamente entre los dos troncos de los árboles.
¡Y si aquel era un fantasma! Había escuchado que un tipo había muerto ahogado hacía unos años allí mismo, y sabía, por algunos relatos y cuentos, que hay noches donde los fantasmas repiten lo que hicieron antes de morir.
Pero el que estaba del otro lado no se tiró al agua, se abrazó como si de pronto sintiera frío, volvió a mirar hacia todos lados y después subió raudamente la barranca. No lo vio llegar pero ahora sí lo divisó alejarse del arroyo. No era un fantasma. El pescador volvió a mirar la boya y la noche siguió serena y misteriosa.
El tipo que había ido hasta aquella orilla, se alejó del lugar sacudiendo la cabeza y pensando que intentar bañarse allí, de noche, fue una muy mala idea. Se contaba que en el lugar habían muerto dos personas: una ahogada, y otra, un pescador, fue hallado muerto en la orilla.
- - - - - - - - - - -
El Misterio Del Lago
Cuando al fin llegamos a nuestro destino miré la extensión del lago y enseguida me eché a reír frente a la cara de Eduardo. El sonreía y asentía con la cabeza como diciendo, bien, ríete nomás pero ya vas a ver. Habíamos recorrido un monte tupido e intrincado plagado de tábanos y mosquitos.
Entre arbustos con espinas y suelo lodoso, varias veces vimos a una víbora desapareciendo entre las raíces expuestas de algún matorral, o veíamos alguna deslizándose en espiral entre las ramas. Y por el camino casi nos topamos con una piara de jabalíes. Gracias al susto que nos dio escuchar a aquella tropa quebrando monte hacia nosotros, nos subimos a un árbol como monos y desde arriba vimos pasar a jabalíes de todos los tamaños.
Y después de todos esos inconvenientes el tal lago resultaba ser una laguna de no más de doscientos metros en la parte más larga.
Pensé que aparte de algunos peces lo más que podría haber allí eran sapos y ranas grandes, si es que había. Eduardo, aún sonriendo, sacó un enorme rollo de piola de su mochila, después le agregó una plomada grande en uno de sus extremos y tras revolear varias veces aquello lo arrojó al agua lo más lejos que pudo.
La plomada cayó pesadamente en la superficie, la piola se hundió y los rollos empezaron a desaparecer. Dejé de reír y después se me terminó hasta la sonrisa cuando aumentó mi sorpresa. Ahora era Eduardo el que dejaba escapar una risita. Los rollos de piola siguieron desapareciendo y desapareciendo. Era absurdo que fuera tan profundo pero la prueba era contundente.
La línea hubiera desaparecido toda en el agua si Eduardo no hubiera pisado el otro extremo con el pie, y medía setenta metros y por cómo quedó la piola, no llegó a tocar el fondo. Ahora miré el agua con algo de preocupación.
Ya no me parecía tan improbable que allí viviera un animal gigante y desconocido. Eduardo había encontrado ese lugar de casualidad. Se perdió en aquel monte mientras estaba cazando y buscando una salida desembocó allí. En ese sitio se subió a un sauce alto que estaba bien contra la orilla, y desde la altura divisó un cerro lejano que lo ayudó a orientarse.
Como no se había apartado tanto como creía y el lugar le pareció muy lindo decidió probar su suerte y pescar en él un rato. Le gustaba salir bien preparado y siempre llevaba algún aparejo. Se impresionó al ver que el aparejo no tocaba el fondo. Cuando estaba mirando la extensión del lago de repente algo enorme rompió la superficie y se elevó desplazando y salpicando una enorme cantidad de agua.
Aunque aquello era gigantesco no llegó a verlo bien porque cuando el agua explotó al subir la cosa él por reflejo se agachó cubriéndose la cabeza con las manos, y enseguida el instinto de supervivencia lo dominó y se alejó corriendo hacia el monte. Aunque se asustó mucho ese encuentro se tornó una obsesión para él y retornó varias veces pero no volvió a ver al gigante. Y naturalmente, nadie le creía. Yo fui el único lo suficientemente curioso como para acompañarlo. Él me invitó porque yo tenía una cámara que filmaba bajo el agua.
—Saca el bote y vamos a empezar a inflarlo —me dijo después de aquella prueba.
—Espera, espera. Francamente no te creía que fuera tan profundo, y mucho menos que hubiera algo gigante aquí. Pero ahora, no sé... un pequeño lago como este no puede tener esta profundidad.
—¡Aja! Así que ahora sí me crees. Te lo dije, este lugar no es uno cualquiera.
—Sí, bien, reconozco que algo muy grande perfectamente puede vivir aquí; pero algo tan grande como dices qué podría comer aquí. Digo, peces hay sin dudas, pero se los acabaría en poco tiempo. Para algo gigante esto sería solo un pozo.
—Por eso se me ocurrió una cosa. Tal vez esto es solo la salida de un lago subterráneo inmenso y más abajo hay más recursos, tal vez otros animales grandes. He investigado y resulta que los lagos y ríos subterráneos son mucho más grandes que los de la superficie. Por qué la vida, que conquista todos los rincones que puede, no va a aprovechar esos lugares llenos del vital elemento, ¿por qué? Ya se ha demostrado que la falta de sol no es un problema para la vida.
—Puede ser —reconocí—. Ahora tengo menos ganas de meterme ahí. Es más no me voy a meter. Dejemos esto para otra gente.
—¿Y quién nos va a hacer caso sin pruebas?
—Igual, no voy. Si quieres te ayudo a inflar el bote.
—Vaya, vaya, de escéptico pasaste a miedoso ¡Jaja! Bueno, ayúdame y enséñame bien cómo se usa tu cámara.
Por suerte no llegó a hacerlo. Cuando terminamos de inflar el bote y él estaba por hacer esa locura, el agua empezó a golpear en las orillas como su hubiera oleaje y en el medio del lago se levantó una cosa enorme. No sé cuánto mediría aquella cabeza, pero entre ojo y ojo debía haber como diez metros. Parecía la cabeza de una serpiente de pesadilla.
Huimos hacia el monte dejando todo nuestro equipo atrás. Decidimos que era mejor no hablar sobre aquel lugar porque quién sabe a qué tipo de seres podrían molestar. Hay misterios que tienen que permanecer así.
-----------
Los Caminantes
Hacía dos cosechas y cuatro meses que Alfredo y yo no nos cortábamos el pelo ni nos afeitábamos. Con bolsos viejos, botas de goma ya cuarteadas y ropas todavía menos presentables, creo que hasta los vagabundos nos miraban con desconfianza. Pero a pesar de nuestra apariencia éramos dos estudiantes y sobre todo, gente de bien.
Habíamos tomado una difícil decisión; dejar los estudios un año y juntar algo de dinero para no pasar otro semestre sin un peso en el bolsillo. Nuestros padres nos ayudaban pero les alcanzaba solo para lo justo. Después de unos meses muy duros trabajando en la construcción, nos fuimos al campo y agarramos dos cosechas seguidas.
Decididos a ahorrar todo lo que pudiéramos, se nos ocurrió regresar a nuestros hogares a pie. Con la apariencia que andábamos, no quisimos ir por las rutas para no tener problemas con los policías que ven en cada caminante un ladrón. Y pensamos que unos días de caminata sería una gran aventura. A los dos nos gustaba acampar y teníamos mucha experiencia.
Nuestro camino iba a ser la vía del tren. Guiados por las indicaciones de otro peón, tomamos un camino, doblamos en otro lleno de pasto y después de subir una loma empinada divisamos la vía allá abajo. Habíamos partido temprano por la mañana; ya cerca del mediodía no pudimos seguir por el calor. Como atravesábamos una zona donde solo había campo, para escapar del sol tuvimos que armar un cobertizo con un nailon que llevábamos.
Atamos en nailon sobre unas malezas de tallos delgados y nos quedamos en aquella sombra contemplando la vastedad quieta y muda del campo.
Comimos un pan de chicharrón rescatado de la última cena en el establecimiento rural. Teníamos planeado cazar o pescar algo por el camino, y en teoría era muy fácil, pero hasta el momento no habíamos tenido ninguna oportunidad. El calor del día y nuestro reducido refugio casi nos obligó a tomar una siesta. Desperté cuando ya había pasado gran parte de la tarde. Mi amigo todavía dormía.
Enseguida escuché un ruido, un animal escarbando no muy lejos nuestro. Me fui levantando lentamente hasta quedar sobre mis codos. Vi la mitad inferior de un armadillo que estaba concentrado cavando a unos pocos metros nuestro.
El animal salía del agujero para retirar un poco de tierra y volvía a meterse en él. Cuando el armadillo desapareció casi todo me levanté y salí rumbo a él dando pasos grandes pero silenciosos. Ya sobre la criatura estiré la mano hacia él y esperé que retrocediera para quitar tierra, entonces lo levanté de la cola.
Alfredo se despertó con mi grito, se sentó, y al ver que yo levantaba en alto también lanzó un grito de victoria. El viaje ya se estaba volviendo una aventura y de las buenas. Animados, seguimos caminando porque la temperatura era más soportable. Como media hora después llegamos a un puente que era atravesado por un arroyo que en ambas orillas tenía monte franja.
Habíamos mantenido al pobre animal vivo, pero allí tuvimos que matarlo. Ya empezábamos a sentir mucha hambre, y cuando el estómago ruge, no se puede tener lástima. Juntar leña entre dos fue fácil, y cuando el sol había vuelto anaranjado al horizonte, ya probábamos unos pedazos pequeños de carne que habíamos ensartado en un palo.
Creo que nuestro primer error fue empezar a hablar de lo que íbamos a hacer con la plata que teníamos. Naturalmente nos desviamos hacia el tema mujeres. Mejor vestidos y con plata, ese tema lucía bastante mejor ahora. De ahí pasamos a hablar de nuestros hogares, de alguna cosa útil que podíamos comprar, y así nuestra mente quedó muy lejos del lugar donde nos encontrábamos. Inevitablemente sentimos nostalgia, y hablamos de lo bueno que sería llegar cuanto antes a nuestros hogares. Ya no teníamos ganas de estar allí.
Eso no parece algo malo, pero mi abuelo siempre me había dicho que, al campo o al monte solo fuera cuando realmente tuviera ganas, o que si igual iba que no me distrajera pensando porque en la naturaleza hay que estar atento. Me aconsejó que si perdía las ganas de estar en un campamento, mas valía que me fuera en ese momento.
Cuando ya se había hecho noche y nos repartimos el resto del armadillo, me puse a pensar en eso. Era obvio que no es agradable estar en un lugar si no se tiene ganas de estar allí, pero más allá de eso no entendía cuál era el inconveniente. A la derecha teníamos la oscura figura del puente, frente a nosotros una corriente mansa, un poco de monte más allá, y hacia la izquierda sombras de árboles, el monte acompañando el arroyo, y sobre todo eso, quietud y silencio.
Cada tanto se escuchaba un relincho, algún mugido, un pájaro nocturno, peo esos ruidos solo servían para acentuar más el silencio que venía a continuación.
Entonces entendí que una mente un poco ausente podía inquietarse en un lugar así, y que eso podía generar miedo. ¿Pero un poco de inquietud podría causar algo más? Estábamos por averiguarlo. Un poco más tarde la noche quedó más clara. Había asomado una luna llena. Gracias al armadillo estábamos llenos y por la siesta prolongada no teníamos ganas de dormir.
Por eso y porque sabíamos que de día no podíamos avanzar mucho por el calor, decidimos aprovechar la luna y seguir de noche. Estábamos casi listos para partir cuando Alfredo me hizo poner atención a algo.
—¿Escucha bien? ¿Será el tren?
—Sí, pero viene lejos. Nos da vara avanzar un buen tramo —le dije.
Atravesamos el puente, hicimos cien metros cuando mucho y vimos la luz.
—Bueno, parece que no estaba tan lejos —le dije.
—Ya me di cuenta. Vamos a bajar aquí mismo.
Mi amigo dio un paso largo hacia los pastos que había enseguida de los durmientes, y vi que cayó hacia adelante y desapareció en ellos. Eran más largos de lo que parecían, y la zanja entre la vía y el campo, más profunda. Cuando se levantó entre los pastos me empecé a reír, bajé con más cuidado, di un par de pasos y perdí la pisada también. Al levantarme ahora era él el que reía. El ruido del tren ya era fuerte cuando cruzamos el alambrado. Era un tren corto pero muy ruidoso. Ese ruido no pertenecía a aquella naturaleza, y enseguida la distancia lo apagó y la calma volvió a dominarlo todo. El ruido que nos dejó atrás me hizo sentir que estábamos en el medio de la nada.
Sabíamos que estábamos en una zona rural muy apartada, pero una cosa es ser consciente de eso y otra es sentirlo. Cuando uno va concentrado en el ahora, apenas uno se siente separado de lo que te rodea, pero una mente dispersa, que está en otro lugar, hace sentir que uno es muy pequeño en la vastedad. Mi amigo también experimentaba lo mismo (me lo dijo después), por eso seguimos en silencio. Avanzamos un buen tramo por el campo hasta que un bosque de eucaliptos que llegaba hasta la vía nos cortó el paso. No sabíamos que tan ancho era y en el borde de él vimos que era muy tupido. Lo bordeamos hasta la vía. Ya empezaba a cruzar el alambrado cuando Alfredo me dijo:
—Tengo que ir al baño.
—¿Y que, estás pidiendo permiso? No estamos en la escuela ¡Jajaja!
—¡Ja...ja! Te lo digo para que me esperes.
—Claro, te espero ahí —le dije al terminar de cruzar el alambre.
—¿No podrías quedarte más cerca? No quiero darle la espalda a este bosque, me da mala espina.
—Hazlo más ahí, al descubierto, aquí no hay nadie más. Pero igual vas a tener que ir hasta ahí por algunas hojas porque no tenemos papel ¡Jaja!
—Por eso, dale, espérame más aquí.
—Bien, bien. Me hubieras dicho esto antes de que cruzara.
Mi amigo ya estaba bastante asustado; yo también pero no quería reconocerlo. Eran las ganas de no estar allí que nos apuraba usando ese miedo incierto que se puede sentir en la naturaleza. Mientras Alfredo hacía lo suyo observé las sombras y partes más claras que la luz lunar formaba aquí y allá.
De pronto quedé con la vista fija en algo sin saber qué era, pero me causó una impresión muy desagradable. Cuando lo entendí experimenté algo peor. Veía un tronco de árbol y parecía que una persona muy delgada estaba recostada a él, se la veía de lado. En ese momento Alfredo estaba listo para irse, y al notarme con la mirada fija en algo, la siguió y también vio aquello. Volteé hacia él solo un instante, y a su vez él me miró. Cuando volvimos a fijarnos en aquello ya no estaba.
No podía haberse movido a otro lado, tenía que estar detrás del tronco, solo así podía desaparecer tan rápido. Bastó otra mirada entre nosotros para hacer lo mismo. Ya teníamos una linterna en el bolsillo. Para darnos valor tanteamos dentro de nuestros bolsos hasta dar con el mango de los cuchillos. Encendimos las linternas apuntando hacia aquel árbol y retrocedimos. Era posible que fuera una persona real pero en ese momento no lo creíamos.
Aquella actitud era muy extraña. Al alcanzar la vía seguimos iluminando los árboles. Resultó ser solamente una arboleda bastante pequeña. La dejamos atrás. Ni la noche clara ni el lugar abierto pudieron quitarnos aquella sensación tan fea. No mucho después, en una parte donde había pastizales altos en los costados de la vía (lo recuerdo y se me eriza la piel), de repente un hombre que llevaba puesto un sombrero grande salió gateando extrañamente del pastizal y se sentó en uno de los rieles de la vía. ¡Que espantoso! ¡Aquel gatear sobre sus manos y pies era tan extraño! Quedó sentado con la cabeza baja, oculta bajo el sombrero.
Apareció como a veinte metros de nosotros. Durante unos segundos que parecieron minutos muy largos quedamos con la vista clavada en aquello. Si hubiera hecho algo más nos hubiéramos echado a correr como locos. Salimos de la vía atravesando el pastizal y desde allí ya no lo volvimos a ver.
El terror que sentimos también fue como una inyección de atención. Al estar más concentrados en el ahora empezamos a tranquilizarnos y después nos pareció que ya nada raro nos podía ocurrir. Por la mañana doblamos en una ruta que atravesaba la vía. Por ahí nos desviábamos bastante pero por suerte una camioneta policial nos arrimó hasta la ciudad.