domingo, 10 de agosto de 2025

Los Árboles Viejos

¡Hola gente! Este no es el cuento de terror que iba a subir primero, una historia sobre la reapertura del blog. Este es sobre halloween. Lo hice para colaborar con un canal de youtube hace años, y como lo tenía por ahí acumulando polvo, lo subí acá. ¡Saludos!


Mientras caminaba por el barrio me sudaban las manos, y sentía un ligero temblor en las piernas, por el miedo. Llevaba mis cuadernos bajo el brazo, en esa época se cargaban así, e iba vestido con uniforme de estudiante. Cuando algunos conocidos pasaron por mí y me saludaron, por su mirada me pareció que pensaban: ¿Y este hacia dónde va, si recién salió de estudiar, y su casa está hacia el otro lado? 

Interpretaba así las miradas por lo nervioso que estaba, lo aterrado más bien. Solo tenía trece años. Me encontraba nervioso porque le había mentido a mis padres. Sí les dije que después de clase no iba a ir directo a casa, y que iba a estar fuera unas horas, pero mentí sobre el lugar. Mi destino no era la casa de un amigo, iba a reunirme con unos compañeros de clase en un lugar con mala fama, una fama aterradora. 

Era fin de octubre, su último día, pero la primavera, la de las temperaturas agradables, estaba retrasada en todo el Uruguay. Recuerdo que soplaba un viento frío que fue acumulando nubes en el cielo, hasta que todo quedó gris y feo. Las calles se fueron vaciando, y cada vez había más chimeneas echando humo. Con ese clima, se me ocurrió que tal vez mis compañeros no iban a ir al lugar citado, y que así me salvaría de hacer algo que, cuanto más lo pensaba, más aterrador me resultaba. Había salido a la cinco de la tarde, faltaba bastante para la noche, pero las nubes eran tan espesas en el horizonte que hacían que las tinieblas se fueran adelantando, agazapándose por aquí y por allá entre los rincones y bajo los jardines. 

De repente, cuando pasaba frente a una propiedad enrejada, un perro apareció de no sé dónde, se abalanzó contra la reja y me ladró furioso, con el hocico babeado y los ojos como enloquecidos. Me dio tremendo susto, salté hacia un lado, creo que hasta grité. Las únicas personas que pasaban por allí en ese momento, eran una pareja que venía de frente, y lo vieron todo. Ella se echó a reír sin disimulo; él, como que ahogó una risa y pasó a mi lado sin mirarme. ¡Maldito perro! Pensé al alejarme. Éste siguió ladrando como un loco. Entonces lo noté. ¿Acaso todos los perros del barrio se estaban volviendo locos? Aumentaban los ladridos junto con las sombras.

 Recordé entonces que en esos días había luna llena, y que eso a veces altera a los animales, y hasta a las personas, había escuchado no sé dónde. Después descubrí que ese día era particularmente especial.

Me dio tanta vergüenza que la mujer se riera de mí, que seguí distraído, pensando en eso, y por poco no paso de largo el lugar que era mi destino. Allí estaba, una plaza, le decían, pero no era parecida a ninguna otra plaza de la ciudad. El terreno era bastante chico y casi triangular, y estaba delimitado por unos muros altos. Desde la vereda de la calle se iba afinando hacia el fondo, y un poco antes de este resaltaban dos tremendos árboles, casi iguales, uno al lado del otro. En un lado, más cerca de la calle, chirriaban levemente por el viento algunas hamacas. Del otro lado, casi contra el muro, una serie de bancos de esos de cemento, y nada más. 

No parecía de ninguna forma, un lugar inquietante o peligroso; pero esa plaza tenía mucha fama de estar embrujada. Para alguien desconocedor de las historias que se contaban sobre la plaza, lo único curioso allí eran los árboles. Se supone que eran ombúes, mas nunca en mi vida volví a ver unos así. Tenían muchas ramas y eran terriblemente enmarañadas, casi como una madeja en unas partes. Era la razón de ser de aquella extraña plaza. Antes de que la ciudad existiera, esos dos ya eran viejos. Un profesor, el de historia, nos había contado que cuando todo era campo en aquella zona, una pequeña comunidad de europeos, nadie sabía bien su origen, solo se supo que venían de Europa, no de qué país, había acampado mucho tiempo allí mismo, bajo aquellos árboles inmensos. Cuando se empezó a formar la ciudad y las casas se fueron acercando, esa gente se fue y no se supo más nada de ellos. 

Pero esa parte no fue ocupada, siguió vacía. Muchos años más tarde, a algún político se le ocurrió que tenían que preservar a los árboles, y con ese fin se hizo la plaza. Pero nunca reunió mucha gente. Enseguida empezaron a circular avistamientos de apariciones y cosas así. Algunos dicen que hay historias de antes incluso, y eso explicaría por qué nadie ocupó el terreno. Varias personas decían haber visto a una mujer terriblemente gorda y demasiado fea para ser solo una mujer, otros decían haber visto a una mujer esquelética y muy alta, de brazos anormalmente largos, finos como unas ramas,  y había gente que afirmaba que una especie de enana casi redonda, se paseaba por allí algunas noches. 

Mujeres así solo podían ser, brujas, según la opinión de no pocos. Seguramente todos en la ciudad habían escuchado sobre ese tema, y aunque probablemente no todos creían, ya nadie se aventuraba por allí, y menos de noche. Incluso las viviendas cercanas estaban todas vacías. Eso podía explicarse por la gran humedad que había en esos terrenos, porque detrás de todo había un campo que solía inundarse. Pero los que creían en la plaza embrujada le echaban la culpa de todo.

Observaba el temido lugar desde la vereda, sin atreverme a dar un paso más allá. Tan hundido estaba en esos pensamientos, que cuando sentí que algo me tocó el hombro grité, me volví rápido y, otra vergüenza. Mis compañeros ya habían llegado sin que lo notara. Eran siete, cuatro varones y tres muchachas, y todos rieron. Reí también fingiendo que mi susto había sido actuado. Creo que nadie me creyó. Pues allí estábamos. Desde la vereda, todos observaron la plaza, ya serios.

A un compañero de salón se le había ocurrido, o más acertado sería decir, había tomado una idea de una película, y esta era la de pasar un rato, el que aguantáramos, en un lugar tenebroso. Solo ocho,  incluyéndome, fuimos lo suficientemente osados, o tontos para aceptar.  Aclaro que en esa época, sin bien todos sabíamos lo que era la noche de halloween, para nosotros era como cualquier otra, porque no se festejaba ni nada, solo veíamos eso en películas. Pero esa iba a ser diferente, sí íbamos a hacer algo, algo estúpido. 

Entre los asistentes estaba una chica que me gustaba. Después de intercambiar miradas entre todos, y como nadie se animaba a entrar primero, ni el que promovió eso, di los primeros pasos hacia la plaza y después me volví hacia ellos. Eso tenía que impresionar a la chica, o por lo menos compensar lo que había pasado hacía un momento. Todos pasamos al terreno y después de discutirlo un poco elegimos un banco largo donde cabíamos todos y sobraba lugar. La idea ahora era conversar sobre temas de terror, mayormente películas y cuentos de terror rural, de los que nos contaban nuestros abuelos, y que el tiempo pasara hasta que fuera de noche. 

Yo quedé en un extremo del banco, en el más alejado de la calle, no porque lo eligiera, sino porque los otros fueron más rápidos. El organizador tuvo el acierto de llevar una botella grande de gaseosa y una bolsa inmensa de saladitos, una comida chatarra que estaba muy de moda por esos años. Empinábamos la botella, la pasábamos, y cuando nos llegaba metíamos la mano en la bolsa de saladitos para sacar un puñado. Ya estaba bastante oscuro pero yo trataba de buscar algún interés en los ojos de la muchacha que me gustaba. Nada, solo me miraba muy brevemente. Mala suerte la mía porque ella era mi principal motivación para ir al lugar. Entonces miré hacia los árboles, arrepentido de estar allí. 

Bajo los árboles estaba completamente negro. Por lo menos estábamos bastante alejados de aquellos gigantes, porque su sombra ahora me inquietaba. Vi que todos mis compañeros en algún momento, volteaban hacia esas sombras. Cuando se encendieron las luces de la calle y un par de focos que había en la plaza, la cosa no mejoró mucho. Observé, extrañado, que la negrura bajo los árboles seguía igual, a pesar de que uno de los focos de luz estaba cerca. Mis compañeros, echando algunas miradas en derredor, hablaban de películas de terror y masticaban al mismo tiempo, y hacían algunas pausas para beber un trago, porque aquellas porquerías, los saladitos, se pegaban en el paladar. Enseguida la noche fue completa, llegó rápido, la luna llena debía estar detrás de muchas nubes, porque era oscura. Entonces sentí algo raro. ¿Qué era?

Demoré un rato en darme cuenta. Los perros, que por todos lados habían ladrado furiosos al atardecer, ahora habían callado. Ese silencio, ese cambio es lo que había sentido. Nunca había considerado a la noche de halloween; ahora no parecía una cualquiera. 

Cuando me pasaron la bolsa e iba a sacar un puñado, sonó un ruido raro, un rechinido fuerte. ¡Las hamacas de enfrente! Creo que todos miramos a la vez. Allí estaba, una mujer muy pequeña y anormalmente ancha, que mas que sentada parecía embutida en la hamaca, y nos miraba con unos ojos enormes, casi como de búho. Nadie dijo nada, no tuvimos tiempo. De pronto, el terror, el peor que sentiré jamás en mi vida, espero. Sentí que me arrebataban la bolsa, desde el extremo donde no había nadie, lo había comprobado hacía un instante. Entonces vi una mano inmensa, gorda y arrugada a la vez, de uñas negras. Seguí volteando y vi lo que estaba a mi lado. Era una mujer enorme en todo sentido, con una enorme cabellera abultada, y una boca descomunal, una bruja. 

“Yo también quiero”, me dijo con la voz más horrenda que alguien puede escuchar. Sonaba cavernosa y como si fueran muchas voces, y sentí un aliento fétido que casi me hizo desmayar. Los otros gritaron y salieron corriendo rumbo a la calle. En ese instante creí que me iba a atrapar; pero aquella cosa solo se llevó unos saladitos a la inmensa boca, y se echó a reír espantosamente. Bien pude haber muerto por el susto si no fuera muy sano del corazón, aunque creo que sí hubiera muerto de terror si me hubiera sujetado cuando me levanté. Por suerte no fue así y salí corriendo. La de la hamaca se liberó de esta y abrió sus cortos brazos y se inclinó hacia adelante como amenazándonos. Ya en la calle, cuando miré hacia atrás, una figura terriblemente flaca iba saliendo encorvada de allá atrás, de las sombras de los árboles, y la gorda inmensa agitaba mis cuadernos en una mano y los levantaba como enseñándomelos.   

A muchas cuadras de allí, conscientes de la enorme estupidez que hicimos, decidimos no contarle sobre aquello a nadie. Yo además del terrible susto, me gané una paliza de parte de mis padres por haber perdido los cuadernos. Aquellas mujeres de pesadilla sin duda eran todas brujas, que llegaban hasta allí, o salían de las sombras de aquellos árboles la noche de halloween, a hacer quién sabe qué ritual o algo así. Años después, por las muchas quejas de la gente, el municipio derribó los árboles, los arrancaron de raíz con topadoras y excavadoras, los cortaron en trozos y se los llevaron no sé a dónde. Aunque cubrieron el lugar con cemento, este se agrieta cada poco tiempo y de ahí empiezan a brotar ramas.

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