miércoles, 13 de agosto de 2025

La Luna del Cazador

 En una noche de luna llena, el campo parecía empapado de plata. El rocío brillaba bajo la pálida luz lunar. Umberto, curtido cazador de jabalíes, caminaba sigiloso y medio encorvado entre los matorrales, con su rifle de mira nocturna al hombro y los sentidos afilados como cuchillas, echando miradas furtivas a un lado y otro, y haciendo algunas pausas para quedar inmóvil y escuchar. después seguía con el mismo sigilo, rompiendo las gotas de plata que adornaban los pastos.

Había seguido rastros frescos hasta un claro donde un grupo de jabalíes escarbaba la tierra con el hocico. Se agachó, contuvo la respiración y apuntó. Pero justo cuando iba a disparar, un escalofrío le recorrió la espalda. sintió que los vellos se le erizaban. Algo no estaba bien.

Los jabalíes levantaron las cabezas, alarmados, y al notar algo se dispersaron de golpe, gruñendo y chillando mientras huían, perdiéndose pronto en un monte cercano. Umberto giró lentamente, sintiendo que no estaba solo. Entonces lo vio.

Desde la sombra de los árboles emergió una criatura imposible: un jabalí gigantesco, de más de dos metros, caminando sobre dos patas. Su pelaje, que parecía hecho de hilos de acero, estaba todo revuelto. le brillaban los ojos casi como si estuvieran encendidos, y sus colmillos curvados parecían cuchillas de marfil. Respiraba con un gruñido profundo, que resonaba hasta en el suelo.

Umberto retrocedió, tropezando con una raíz. El monstruo avanzó, lento pero firme, hamacando sus brazos-patas, y al abrir y cerrar la boca los colmillos producían un sonido aterrador. El cazador levantó su rifle, pero sus manos temblaban. Disparó una vez, errando. Disparó otra, y el proyectil rozó el hombro de la bestia, que soltó un chillido infernal, que el monte cercano y los cerros de más allá repitieron horriblemente junto a los estampidos de los disparos.

Aprovechando la distracción, Umberto corrió como nunca antes. Atravesó el bosque, saltó cercas, cayó, se levantó, hasta que llegó a su camioneta. No miró atrás. No quiso saber si lo seguía. Pensó que si veía a aquella cosa corriendo detrás de él, podía enloquecer de terror.

Esa noche no durmió, la pasó sentado frente a la hoguera de la chimenea, echando repetidas veces temerosas miradas hacia la ventana y la puerta. 

Solo días después se atrevió a hablar de eso. Como era de esperarse, muchos no le creyeron. 

Umberto dejó de cazar jabalíes, no volvió ni a pescar. Algunos conocidos a veces lo invitaban a ir al campo o al monte a cazar, solo para reírse de él. Umberto les sonreía. Ya van a ver ustedes si les pasa algo como a mí, pensaba.

Y cada luna llena, se encerraba en su casa con las ventanas cerradas, trancadas con maderas, y el rifle a mano. Porque él sabía que allá afuera, entre los árboles, el Colmillo (así llamó al monstruo) seguía acechando.



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