domingo, 17 de agosto de 2025

Miedo a Los Hospitales

 ¡Hola gente! Es siguiente cuento de terror va de hospitales embrujados, o podríamos decir solo hospitales, porque creo que todos deben estar embrujados 😜 Aquí les transmito un miedo personal, de los pocos que tengo. Tampoco me agradan los payasos 😱 Pero claro, cuando hay que ir se va. Por favor, no dejen de asistir al médico. Solo no se desvíen por pasillos solitarios. 😁 


                          El Último Hospital

Me alimento de forma sana, hago caminatas, y algún que otro malestar que he tenido a lo largo de los años, me lo he curado con remedios naturales, con plantas. El día que tenga una enfermedad complicada, moriré; porque mientras me quede algo de fuerza y mi familia cumpla mis deseos, no voy a volver a pisar un hospital.

 Tomé esa decisión hace muchos años, cuando me pasó algo aterrador en uno de esos lugares. Por esas fechas yo era muy joven, y hacía un par de años que me había mudado a una ciudad junto a mis tíos, que eran una pareja ya veterana y sin hijos.

 Un día mi tío tuvo un accidente en el trabajo, un accidente muy serio, y fue a parar al maldito hospital aquel. Mientras estuvo grave no tenía caso visitarlo, no estaba consciente. Mi tía, una mujer muy menuda y arrugada, pero trabajadora como pocas, iba y venía de la casa al hospital, aunque iba allí solo para quedarse sentada esperando alguna buena noticia, y temiendo la peor. 

Cuando lo pasaron a otra sala, estando ya un poco mejor, ella empezó a cuidarlo por las noches. Yo no lo iba a visitar porque mi tía decía que aquello era un caos, además de un lugar muy deprimente, y que yo tenía que concentrarme solo en los estudios.

 Aunque hacía algunas tareas de la casa, además de estudiar, sentía que estaba haciendo poco, por eso insistí que podía cuidarlo algunas noches. Finalmente ella, cuando ya no pudo disimular su cansancio, aceptó. Mucho les debo a mis tíos, pero ojalá que no me hubiera ofrecido. Iba a pasar la primera noche en el hospital, un edificio muy viejo y grande que solo había visto desde afuera. 

Como todo el día había estado nublado. Mi tía, buscando en un rincón oculto de su cartera, sacó unos billetes arrugados y me los tendió diciendo que tomara un taxi. Me negué, no era una época para estar gastando en taxis. Salí al atardecer, bajo amenaza de mal tiempo. Ahí el clima era muy seco, pero cuando llovía lo hacía con ganas. Y la lluvia no vino sola, vino con mucho viento. 

Apenas empezó a caer un verdadero diluvio, la ciudad se oscureció tanto que se encendieron las luces. Enseguida, en los bordes de las calles se formaron arroyos amarillentos, y los autos pasaban salpicando agua hacia los costados, casi como si fueran lanchas. El viento se ensañó con mi paraguas, lo volteó y después me lo arrancó de las manos, y allá salió volando como llevado por un fantasma burlón, y desapareció detrás de unas casas. 

Entré al hospital empapado. Creí que iba a llamar la atención, pero entre esa pobre gente no desentonaba ni un poco. Toda una escena se desarrollaba bajo la luz blanca de unos tubos que pestañeaban como amenazando apagarse. Era una sala de espera grande con bancos a todo lo largo de las paredes. Algunos apenas levantaron la vista para mirarme, con ojos cansados parecía, y volvieron a estar cabizbajos, seguramente pensando en sus problemas. 

Había charcos bajo los pies, y algunos se iban uniendo en uno más grande que iba hacia el centro de la sala; y unos niños pequeños jugaban peligrosamente a pasar encima de éste, y hacían rezongar a sus madres. Varias personas tosían, otras hablaban en voz baja con quien tenían al lado, y una muchacha, que a las claras también había sido víctima de la lluvia, peinaba su cabellera larga como si estuviera en su baño. Un niño que tenía al lado le quería decir algo, pero ella no le daba importancia. 

Todo esto envuelto en ese olor que tienen los hospitales. El compromiso que sentía con mis tíos apenas fue más que las ganas de largarme de allí. Atravesé esa sala de espera, y enseguida hallé una ventanilla donde daban información. Mi tía me había explicado dónde estaba la sala, pero quería estar seguro. 

Hice bien, porque una señora me indicó algo diferente. El lugar era grande y casi laberíntico, y los tubos de luz pestañeaban y zumbaban con su amenaza de apagarse. Y yo que doblaba aquí, después allá, apareciendo siempre en un nuevo pasillo, y confundiendo mi sentido de orientación, que nunca fue muy bueno.

 Finalmente, al doblar en otro corredor hallé a un policía. Le dije que venía a cuidar a alguien; éste, sentado en un banco y sin dejar de sorber su café, me señaló hacia donde ir con el pulgar. Entré a la habitación. Había varias camas y todas estaban ocupadas. Lo buscaba con la mirada cuando vi a mi tío levantándome la mano. Lo noté bien de ánimo, a pesar de tener una pierna y un brazo enyesados.

 “Esto me pasó por bobo”, me dijo señalando con la mirada sus yesos. Sí, tienes razón, le dije para bromear. Él se rio, pero algo que le dolió lo hizo parar y arrugó un poco más su frente. Al lado de cada cama había una silla. Hablamos en voz baja, y de forma entrecortada, porque se dormía por momentos. 

Cuando vino una enfermera a avisar que estaban por apagar la luz, mi tío dijo que saliera al corredor, que el banco que había en el iba a ser más cómodo, que él estaba bien, y que de nada servía que me quedara en aquella silla escuchándolo roncar. Salí al corredor y probé el banco. No iba a poder dormir allí, pero iba a estar más cómodo. 

Ahí el tiempo parece que empezó a dilatarse. Fuera seguía la tormenta. Cada tanto retumbaba un trueno, o rayo lejano. La lluvia quería entrar por una ventana alta que tenía a mis espaldas, y golpeaba el vidrio casi como si fuera granizo. Deseaba que alguien pasara por allí para preguntarle la hora. Nunca usé reloj, y esto pasó mucho antes de la época de los celulares, además quería hablar con alguien. 

Y la noche que parecía eterna. Llegué a entretenerme algo con el retumbar de los truenos. Ahora viene uno, ahora, ahora... ahí está, y el inmenso edificio temblaba. Y de pronto todo empeoró, se apagó la luz del corredor. Casi se me corta también la respiración, contuve el aliento un instante. Expectante, esperaba que de un momento a otro volviera la luz. 

Entonces supe que a la tormenta se le sumaban ahora relámpagos. Cada pocos segundos aparecía frente a mí un gran cuadrado de luz en la pared, también había otros a lo largo del corredor. Aparecían un instante dibujándose claros en la pared y aportando algo de luz al corredor, y después volvía la más absoluta oscuridad. Hallé raro que no tuvieran un generador de emergencia.

 Después pensé que tal vez un hospital tan pobre, sí tenía algún generador chico, en caso de corte de luz lo usaban solo para algunas partes esenciales del lugar. Entonces tenía que quedar en aquella oscuridad hasta que volviera la energía eléctrica, pero eso cuándo sería. 

Consideré que en esas condiciones algunas enfermeras tenían que hacer una ronda. Como respondiendo a ese pensamiento, otro relámpago que dibujó cuadrados de luz en la pared me mostró efímeramente a una mujer que venía por el pasillo. Por el perfil me pareció que era una enfermera. Mas lo raro era que no llevaba una linterna ni nada luminoso para ver por dónde iba. Cuando volvió la oscuridad absoluta y desapareció en ella, hice un esfuerzo por escuchar sus pasos.

 Nada, solo los ruidos de la tormenta allá afuera. De repente, otro relámpago, y la vi pasando frente a mí. No pareció notarme, solo siguió avanzando con pasos rígidos y muy lentos. Ahora contuve el aliento, pero intencionalmente. No fuera a ser que aquello girara hacia mí. 

Después de una nueva oscuridad, por cómo se movía la imaginé a solo unos metros de mí; pero un nuevo fogonazo de la tormenta la mostró mucho más lejos, ya a punto de doblar en otro corredor y desaparecer. Lamento decir, que en ese momento me olvidé del tío. Necesitaba salir de allí. Aquello era muy raro. 

Al ponerme de pie, deseé tener alguna fuente de luz, y no depender solamente de los aislados relámpagos. Me di con la palma en la frente. Siempre andaba con un encendedor y no lo había recordado. Con la llama inquieta de mi encendedor abriendo camino en las tinieblas, quise recorrer los mismos pasillos que me llevaron hasta la sala de mi tío, pero ahora en sentido contrario. Pero esta vez no encontré al policía, de hecho, girando con la llama adelantada, me pareció que no era el mismo lugar.

 Pero después de unos pasos más creí reconocer el pasillo. Hice una pausa en la oscuridad porque el encendedor ya estaba calentando mucho. No entendí cómo no pasaba alguien por mí, aunque al instante pensé, que si iba a ser como aquella extraña enfermera, o fantasma de enfermera, mejor que no pasara nadie. 

Reanudé la marcha. En encendedor todavía estaba algo caliente pero lo soportaba. Ahora de nuevo me parecía un lugar diferente. ¿Qué pasaba allí? Parecía que avanzaba por un edificio abandonado. ¿Y la gente, y los ruidos? Seguí caminando ya sintiéndome completamente perdido. Halle una puerta. Después de un momento de indecisión la atravesé. 

Era una habitación pequeña, seguramente donde tomaban una pausa las enfermeras o los doctores, porque había una cafetera, tazas, varios frascos y una cocina chica. Temí que me encontraran allí, porque evidentemente era un lugar reservado solo para los que trabajaban en el lugar. En el otro extremo había otra puerta.

 Decidí seguir avanzando porque atrás solo estaban los confusos corredores que no quería volver a recorrer. La segunda puerta también se encontraba abierta. Me sentí como un ladrón andando donde no debía. Atravesé otro pasillo corto, hasta que me topé con una nueva puerta. Antes de abrirla hice otra pausa porque ya sentía mucho calor en los dedos. Cuando intenté iluminar la oscuridad de nuevo, el encendedor ya no prendió.

 Pero la piedra todavía daba chispazos, y con esa minúscula luz tan fugaz, fui a dar a otra sala. Unos relámpagos entraron por dos ventanas altas. Por un instante, vi unas hileras de camas, o cosas que parecían serlo, y tuve la impresión de que todas estaban ocupadas. 

Pensé que había ingresado a una sala como la de mi tío, pero más amplia. Otro relámpago y otra visión fugaz. En el otro extremo había una puerta grande dividida al medio y con una ventana en cada parte. No quería despertar a nadie y que se alarmaran, mas no iba a volver, prefería atravesar el lugar y ver dónde salía. La oscuridad ahora era total. 

Esperé otra serie de fogonazos de la tormenta, para no alertar a nadie con los chispazos de mi encendedor. No fueran a pensar que un loco andaba allí queriendo prenderle fuego a algo. Pero la luz esperada no vino. No podía avanzar así. Si me desviaba solo un poco podía chocar contra una cama. Estando en esa oscuridad de repente me sobresaltó una voz como de anciano: “¿Qué estás haciendo aquí, joven?”, me interrogó esa voz quejosa.

 Me dio un susto tremendo. Supuse que me había visto con los primeros relámpagos. Temí que al hablar despertara a otros; mas si no le contestaba el viejo podía alarmarse más y gritar o algo, así que le hable en voz baja, esperando que el anciano igual pudiera escucharme: 

—Ay corte de luz, don, y buscando la salida me perdí en un pasillo. 

—No es bueno que estés aquí. Vete ahora—me dijo con un tono como de consejo. 

—Que se quede con nosotros—sonó de pronto otra voz, esta de anciana, y me pareció que con mucha malicia.

 —Sí, que se quede. Ven aquí—intervino ahora otro hombre, éste con un tono grave y autoritario. 

La cosa se estaba complicando, aquella no era la reacción de unos enfermos corrientes. Se me ocurrió que me había metido en psiquiatría, aunque era raro que estuvieran todos juntos; pero enseguida recordé la pobreza del hospital. 

Cuando volvieron los relámpagos noté que algunos ya se estaban irguiendo en sus camas. Tenía que largarme de esa sala. Regresó la oscuridad absoluta. Con la imagen de la salida todavía fresca en mi retina, di unas zancadas hacia ella ya algo desesperado. Por eso grité cuando una mano fría me tocó la cara, y sentí que otras manos me arañaban la camisa y un brazo.

 Entonces el instinto de conservación tomó el control de mis acciones, y empecé a tirarle golpes a la oscuridad. Esto es muy acertado, porque no le di a nada sólido. En ese momento el más puro terror se hizo presente. ¡¿Acaso esos locos veían en la oscuridad?! ¿Cómo pudieron apartarse a tiempo?

 Desde que di el grito al sentir la mano fría, hasta que empecé a preguntarme sobre la naturaleza de los que me rodeaban en la oscuridad, debe haber pasado solo un momento muy corto, pero mis sentidos estaban alterados, porque me hallaba en modo supervivencia, por eso cada segundo me parecía un minuto, y de terror. 

De repente me encandiló una luz, una que venía de una ventana de la salida, y no era un relámpago. La luz me seguía examinando, entonces, interponiendo mis manos para que no me encandilara más, avancé hacia ella, empujé la puerta saliendo abruptamente del otro lado, y al hacerlo por poco no me matan.

 Ahora eran dos luces las que me daban en la cara, y pude distinguir que eran las linternas de dos policías. Los tipos, apuntándome con sus armas y gritándome con unas voces agudizadas, evidentemente por el miedo, me ordenaron que no avanzara más. Levanté las manos inmediatamente.

 Las luces me siguieron examinando, se acercó uno al otro y susurraron algo, y finalmente uno me preguntó: 

—¿Qué estabas haciendo ahí dentro? 

—Después del corte de luz busqué la salida y me perdí—les dije con toda sinceridad, y continué— Fui a dar a esa sala de casualidad, solo buscaba la salida, y al atravesarla los locos, digo... los pacientes me quisieron atacar. 

—¿Pacientes? Muchacho, ahí no hay pacientes. Pero en una noche así, y conociendo la fama de este lugar, te creo que intentaron atacarte. Mira dónde estabas —me dijo finalmente, y apuntó el haz de luz de su linterna hacia un cartel que estaba encima de la puerta. 

Volteé, y allí decía: Morgue. Ahí el terror me mordió con más fuerza todavía. No quería, pero debía asegurarme. Uno de los policías me prestó su linterna y espié por la ventana. La luz pasó por varias camillas que tenían muertos embolsados o cubiertos por sábanas. Me acompañaron hasta la salida. Mientras avanzaba empapado por la tormenta me hice ese juramento. Nunca más pisaría un hospital.




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