martes, 30 de septiembre de 2025

Cazador De Fantasmas

                           Un encuentro en el monte

Sentí de pronto que no me hallaba solo en aquella parte del monte. Entonces miré hacia todos lados: estaba seguro de que alguien o algo me observaba. Ya había experimentado esa sensación, aunque en casos muy aislados en el tiempo. En una de esas experiencias, caminaba por una calle solitaria por la noche cuando de repente ese presentimiento me hizo voltear hacia lo alto de un muro, y quedé mirando de frente a un gato que me observaba fijamente (en ese momento lo creí un gato, ahora estoy seguro de que era otra cosa, aunque no puedo asegurar qué cosa era). Otra experiencia también me pasó en la calle, de noche, y fue mucho más fuerte.

 Cuando experimenté la misma sensación, giré la cabeza y vi que una mujer me espiaba desde la ventana de una casona; al ser descubierta se hundió en la oscuridad de la habitación en donde se hallaba. Lo extraño de esa situación fue que, aunque la mujer me miraba desde una distancia corta, pues la casa se encontraba muy cerca de la calle, no recuerdo ni un solo rasgo de su cara, la impresión del momento fue que no los tenía, solo su larga cabellera y el contorno de los hombros indicaban que era una mujer.

 Ahora sentía lo mismo y me encontraba en medio de un bosque nativo, y además de la sensación, había pruebas de que alguien había rondado en el lugar, y probablemente no con buenas intenciones. Entre las sombras espesas de los árboles descendían rayos de luz que llegaban hasta las raíces retorcidas del monte, o iluminaban porciones de suelo negro regado de hojas humedecidas. Al prestar atención me di cuenta de que todos los sonidos venían desde lejos. Cantaban tristemente unas palomas, le hacían la competencia unos zorzales, y sonaban misteriosos algunos sabiá, pero todo era lejos de allí, desde distintos puntos del monte.

Escuchando, pude imaginarme la superficie que abarcaba aquella parte silenciosa; mas no hallé una explicación de por qué estaba así, pues el lugar era igual de frondoso y variado que otras partes; pero era un hecho que allí ni las cigarras estaban cantando. Se me ocurrió que la vida evitaba esa parte de la fronda. Enseguida sonreí por haber pensado algo tan absurdo. Igual volví a echar un vistazo girando hacia un lado y luego hacia el otro, pues algo había sentido. 

En ese momento creí escuchar una risa apagada, como disimulada, y me invadió un estremecimiento interior que fue acompañado por un súbito incremento de la atención hacia mi entorno. Inmediatamente después de ese sonido, o probablemente cuando este todavía se mantenía, sopló una ráfaga de viento bastante fuerte y desde las copas que se agitaron llegaron mil rumores, por lo que no estuve seguro de qué era lo que había escuchado.   

Gracias a un fin de semana largo, hacía dos días que me encontraba en la fronda practicando supervivencia deportiva; a esa zona había llegado por la mañana, y era la primera vez que acampaba allí. Pasar unos días en el monte sin mucho equipo y con poca comida, algo nada extremo, pero sí muy vigorizante para el espíritu. Es una forma de revivir el pasado del hombre, cuando dependíamos directamente de la naturaleza para subsistir. 

Pequeñas aventuras que, al diferir completamente con la rutina de la ciudad, dejan grandes recuerdos y hacen más interesante la vida. De esa aventura el recuerdo es terror puro, porque siempre me siento mal al pensar en eso, incluso ahora que ya he pasado por muchas situaciones así.

En esa ocasión había colocado varias trampas primitivas apenas llegué al lugar. Al revisarlas descubrí que todas estaban vacías pero activadas. En cada una de las trampas había un palo o vara colgando del lazo, evidencia de que alguien lo había hecho. Me las habían saboteado, ¿quién, y por qué?, era un misterio. Lo primero que pensé fue en otro cazador, por eso después de observar mi entorno bajé la mirada para buscar huellas. No es raro que los cazadores deportivos no toleren ningún tipo de trampa, aunque considero que cazar para comer es mas natural que lo que hacen ellos, pues muchas veces desperdician las piezas por capturar de mas.

Tras buscar huellas sin suerte volví a donde tenía las trampas. “Si es un cazador el tipo es mas sigiloso que yo, y no deja huellas, o sabe borrarlas bien”, pensé. A la risa disimulada la descarté porque creí que fue el viento, algún chirrido de ramas que mi imaginación algo exaltada en ese momento tomó por risa humana.

De la caza ya no podía esperar nada ese día, pero para obtener comida también tenía otros recursos. Desarmé las trampas, guardé las curdas y los gatillos en mi bolso de cuero, y salí cautelosamente rumbo al campamento. La naturaleza ahora parecía expectante, todo se encontraba quieto. Acampaba en la orilla de un arroyo que corría por el monte. En aquel agua turbia había dejado varias líneas con anzuelos. Al llegar, una de las líneas estaba hacia un costado y la jalaban dando tirones cortos. En el otro extremo se encontraba enganchado un bagre de buen tamaño. Lo maté rápidamente y lo preparé para asar.

Agregué leña y a soplidos reviví la casi extinguida fogata que había encendido a mediodía. Mientras esperaba que el bagre se aprontara pensé de nuevo en el saboteador de las trampas. ¿Andaría por allí o habría huido? Si no se había ido tal vez buscaba problemas. Era raro que pasara algo así pero era perfectamente posible. El mundo está lleno de locos. Razonando eso lamenté no andar con un arma de fuego. Después pensé que estaba exagerando, que tal vez solo había sido alguien que pasó por el lugar he hizo una broma pesada, o un tipo que demostró su disconformidad con ese tipo de caza.

 Mas igual quedé alerta. Cuando estuvo pronto el bagre, lo comí mientras vigilaba disimuladamente los alrededores, el oído atento al menor ruido. A medida que la fronda se ensombrecía se iban callando los cantos lejanos de la mayoría de las aves. Con el aumento de las sombras el silencio de la zona se iba haciendo más profundo.

Cuando arrojé el espinazo del bagre a las cenizas al día le quedaba ya muy poco, y empezaron a anunciarlo a los gritos varios grupos de pavas del monte que desafinaban a buena distancia de mi campamento. En ese momento sentí muchas ganas de irme, mas a esa hora era algo insensato porque debía atravesar mucho monte, varios pajonales medio inundados y después un tramo largo entre acacias llenas de espinas. Y apenas le quedaban unos minutos a la luz del día.

 Atravesar zonas así de noche es un verdadero calvario y puede resultar peligroso. Ahora tenía que aguantar la noche allí, aunque algo me decía que me largara. Experimenté una lucha interior entre hacer caso a mi instinto y huir de un peligro incierto, o quedarme para evitar peligros reales, los de la caminata. Decidí quedarme. Tal vez en realidad no tenía opción, creo que algunas fuerzas ya estaban influyendo en mí.

Aproveché los últimos rayos del sol para juntar mas leña. No pensaba dormir en aquel lugar. Iba a esperar el día sentado al lado del fuego, por eso necesitaba mucha leña, toda la que pudiera juntar. Normalmente hacía fogatas pequeñas, solo lo necesario para cocinar algo o calentar agua. Aquella ocasión era especial porque sentía que entre los árboles rondaba algo.

El arroyo que corría al lado de mi campamento reflejó los últimos rayos del sol y el agua quedó dorada y llena de destellos. Por la tarde había divisado un árbol seco cerca del campamento. Como contra el reloj, quebré y corté rápidamente todas las ramas que pude. Volví con un atado grande sobre el hombro. De a poco la fronda entera enmudeció. Dejaron de gritar las pavas del monte y todo quedó inmóvil, porque hasta el viento se retiró hacia otra parte. 

Rompía el silencio del ocaso algún esporádico silbido de pato que llegaba desde arriba, bandadas de aves que cruzaban en formación por el cielo gris. Cuando la noche desterró del todo a la claridad del día, las llamas de mi fogata arrojaron una luz temblorosa sobre los árboles más próximos; el resto del monte desapareció en una oscuridad casi absoluta, y algo se escondía en esa oscuridad, y seguramente me miraba desde las sombras.

En la naturaleza las noches parecen mucho mas largas aunque se ande acompañado, y eso se acentúa si uno está solo, y para peor, en esa ocasión me sentía observado. Inmóvil frente al fuego, escuchaba con suma atención, y cada tanto encendía la linterna y la apuntaba hacia el origen de algún crujido. Estaba usando una linterna grande y en el bolsillo tenía una pequeña de respaldo que era una linterna táctica muy resistente; a esa, además de usarla en el monte, la llevaba también en el trabajo, era una herramienta obligada en mi viejo oficio. 

Hacía quince años que era vigilante en varios lugares. Aquella linterna, aunque era pequeña, me daba cierta seguridad porque además del uso obvio también servía como objeto contundente si se la empuñaba bien, y había hecho varios cursos de defensa y control de rivales donde se empleaban objetos así. También tenía un cuchillo, mas esa linterna era mi preferida, era una fiel compañera de trabajo. Mas adelante cobró más importancia todavía, porque se convirtió en una herramienta fundamental para hacer algo que jamás imaginé que haría.  

Estando atento en aquel monte de pronto escuché algo: «¡Maldito cazador!», dijeron desde la espesura. Me puse en pie de un salto. Era una voz cavernosa, sonaba muy agresiva, tenía algo de arrastrada, como acompañada de un siseo «¡Tendría que destriparte como a un animal!», dijo después «¡Habría que colgarte del cuello!». Lo más aterrador de aquellas amenazas era que la voz se desplazaba rápidamente por el monte cercano, pero no escuchaba pasos, y circulaba por zonas donde una persona no podría hacerlo por lo tupida de la vegetación.

 Lo que andaba allí atravesaba ramas y troncos sin hacer ruido. La voz hizo que se me erizara la piel, y después un escalofrío recorrió mi espalda subiendo lentamente desde la base de la columna. Lo que me amenazaba iba de un lado para el otro, la voz se desplazaba como si atravesara todo, y así era. No cabía otra explicación, era un fantasma. Repentinamente una cara asomó entre la espesura de unas ramas justo cuando las estaba iluminando. No tenía cuerpo.

 Era un rostro humano pálido y sin cabello que me miraba con un profundo odio. «¡No deberías andar por aquí, asesino!», afirmó el fantasma.    Mi cuerpo reaccionó ante la presencia sobrenatural que me miraba malignamente desde el follaje; podía sentir como mis cabellos estaban erizados, el corazón quería descontrolarse, daba unas palpitaciones fuertes, después otras mas suaves y lentas, y entre ellas volvían algunos golpes fuertes; me latía de forma muy irregular. El fantasma parecía sentir como se me alocaba el corazón, porque con los latidos mas irregulares sonreía con malicia.  Entonces comprendí que podía morir de terror.

Mi fuerte instinto de supervivencia tomó el control. Ante una amenaza real se puede huir o pelear, nuestro instinto decide, aunque si la voz de este no es muy fuerte uno puede quedar paralizado. ¿Pero qué hacer ante un fantasma? Como él me hablaba, creí que lo mejor era enfrentarlo con palabras; en ese momento me pareció algo muy lógico, como si ya lo supiera. El terror había cedido de pronto ante un tipo de coraje, el que surge cuando la vida está en peligro, y al miedo lo substituyó un estado mental profundamente concentrado, tan intenso que era nuevo para mí. Respiré hondo unas veces y después grité:

—¡El que no tendría que estar aquí eres tú! ¡Los muertos no deben andar molestando a los vivos! ¡Vete de aquí!

—¡Maldito cazador! —me respondió el fantasma—. ¡Habría que despellejarlos a todos, así como ustedes despellejan a los animales!

—¡Lo que yo hago es lo mas natural, es parte del siclo de la vida! ¡En la naturaleza los animales se cazan unos a otros, y los seres humanos somos animales! ¡No existiríamos como especie si no fuera por la cacería! ¡Los que destruyen la naturaleza no son cazadores como yo!

—¡Todos ustedes están contra la naturaleza! —exclamó retorciendo su cara horriblemente— ¡Está en armonía con ella quien no daña a ningún ser vivo!

—¡No! —objeté—. ¡Los que piensan así nunca están conectados con la naturaleza, carecen de instinto, por eso la cacería les parece algo antinatural! ¡Y por eso, aunque estén años explorando un ecosistema, nunca dejan de depender de ex cazadores y guarda parques! ¡Ustedes se creen superiores a los animales, los que cazamos, no! ¿¡Y si estabas en armonía con la naturaleza, por qué moriste aquí!? ¡Y ahora eres una cosa antinatural que espanta a los seres vivos! ¿¡No ves como todo se aleja de esta zona!? ¡Tú no deberías estar aquí, tu presencia contamina el lugar, ya no eres de este mundo! ¡Vete de aquí!

Aquella cara sin cuerpo hizo un gesto de asombro y luego desapareció como si algo la hubiera succionado. Permanecí en estado de alerta máxima no sé cuánto tiempo. Cuando escuché a unos pájaros nocturnos cantando cerca estuve seguro de que el fantasma ya no me iba a molestar mas. Partí apenas amaneció.

viernes, 19 de septiembre de 2025

Terror con payasos

 Uno de los policías miró hacia arriba y comentó bromeando:

—Entonces así nacen los payasos, en un árbol ¡Jaja!

—Más respeto, oficial —dijo una voz que iba llegando a la escena.

El policía se volvió pensando “¿Quién es el atrevido que quiere corregirme?”, pero al ver que era el detective Ortiz, se paró firme y la saludó con respeto. Se encontraban en una arboleda ubicada al costado de un camino de tierra, a muchos kilómetros de la ciudad. En uno de los árboles pendía por el cuello el cuerpo de un tipo disfrazado de payaso de pies a cabeza. 

Una persona lo había visto al pasar y no tenían ningún otro dato. Ortiz observaba todo con sus ojos negros y su mente entrenada. No descolgaban el cuerpo porque era muy evidente que estaba muerto. Una ráfaga fuerte lo hizo moverse y el payaso empezó a hamacarse lentamente. Por la rigidez del cuerpo, el detective calculó que llevaba muchas horas allí. A la a la tarde ya le quedaba muy poco y seguramente se había colgado la madrugada anterior. 

Observando el suelo buscó alguna pista en la zona. Después anduvo mirando entre los árboles, escuchó, miró a lo lejos, se agachó varias veces. Era como un perro buscando una presa. Detrás de la arboleda había un campo. Las pistas indicaban que en todas esas horas ningún tipo de animal se había interesado por el cuerpo, cosa que era un poco rara en un lugar tan apartado como aquel.

 Como nada hacía sospechar que lo hubieran matado, no tenía que quedarse mucho más en la escena, pero él igual se quedó porque su instinto le decía que allí había algo. Cuando bajó el sol, Ortiz le dijo a un policía que llamara de nuevo a la ambulancia porque estaban tardando demasiado. Ahí se enteraron de que la ambulancia se había roto, y tenían que esperar a que se desocupara una.

 De tener una camioneta lo hubieran llevado igual, pero solo andaban en autos. No quedaba otra que esperar, pero como ya no tenía caso dejarlo colgando, Ortiz ordenó que lo bajaran. Estaban en eso cuando uno de los policías gritó:

—¡Me agarró el pelo! ¡Que me suelte! ¡Ayúdenme!

El detective se movió rápidamente y sujetó al cuerpo por la muñeca. No le pareció inerte. La mano estaba bien agarrada al pelo del oficial. Intentando que aquella mano lo soltara, Ortiz forzó el pulgar y este se rompió, pero al hacer eso lo soltó. El oficial, mirando el cuerpo con mucha desconfianza, levantó su gorra y golpeándola unas veces contra su mano para limpiarla dijo:

—Los dedos no se engancharon, me agarró fuerte. No está muerto.

—Vamos a ver —dijo Ortiz. Sacó una linterna pequeña de su cinturón y le iluminó la cara, después le tanteó el cuello—. Está muerto, aunque sí te agarró fuerte. Le quebré el pulgar al hacer fuerza, que conste en el informe. Sé de miembros que al relajarse se mueven, pero esto... Creo que sería mejor si anotan que los dedos se engancharon en el pelo.

Los oficiales estuvieron de acuerdo. El detective le iluminó la cara nuevamente. El maquillaje era completo, una base blanca hasta el cuello y sobre esta unos círculos negros en la boca y los ojos. Como la ambulancia todavía no llegaba y ya estaba muy oscuro, iban a apuntar hacia allí las luces de dos patrullas. Los oficiales iban hacia los vehículos cuando el detective los detuvo, se acercó a uno de ellos y le susurró:

—Deme la linterna más potente que tenga. Hay ruido en el campo, ahí atrás, y estoy seguro de que es gente. 

Ortiz tomó una linterna grande. Los otros no escuchaban nada, pero él tenía mucho oído, y años de experiencia en la naturaleza como cazador. Cuando todos los presentes estuvieron enterados, él dio unas zancadas e iluminó hacia el campo. El potente haz de luz descubrió a varios payasos. Aquella escena de oscuridad alrededor, y unos payasos huyéndole a la luz resultó aterradora. El detective les gritó que se detuvieran, pero estos se desbandaron hacia varios lados. 

Se produjo una persecución a pie, pero como llevaban bastante ventaja no pudieron atrapar a ninguno. Ortiz estuvo cerca de pillar a uno de los payasos, pero este se alejó a mucha velocidad andando sobre sus pies y manos como un animal. Ortiz se detuvo y pensó: “¿Qué diablos son estas cosas?”. Sufrió bastante angustia hasta que todos sus colegas volvieron a reunirse; no quería perder a nadie. 

Lo que sí perdieron fue al cuerpo. Los dos que se quedaron en el lugar, apuntaron las linternas hacia el campo para ayudar a sus compañeros en el momento de la persecución, y cuando volvieron a prestarle atención al cuerpo, ya no estaba. Esa misma noche, Ortiz, otros oficiales y unos perros, siguieron los rastros de los payasos hasta las huellas de un vehículo, pero después perdieron la pista de este al alcanzar una ruta. 

Aunque no podía demostrarlo, él concluyó que aquellos payasos eran alguna especie de comunidad con poderes ocultos, y que necesariamente para entrar en ella había que pasar por la muerte. Habían ido hasta allí para llevarse a su nuevo integrante. Los animales presentían la naturaleza maligna de aquel cuerpo, y por eso no se acercaban. 

No poder demostrar lo que especulaba fue un revés para su carrera, mas, para él fue trascendente. Ya era el segundo caso con implicaciones sobrenaturales que le tocaba. Desde ahí empezó a leer todo lo que encontraba sobre el mundo sobrenatural, mitos y monstruos. La próxima vez que se topara con algo así iba a estar preparado.   

Cuento de terror de payasos. Cuento de Jorge Leal. https://cuentosdeterrorcortos.blogspot.com


jueves, 18 de septiembre de 2025

Experiencia real inquietante, y video

 ¡Hola! Hace muchos años escribí un cuento de terror que titulé: “El monte embrujado”. Entre los, literalmente, miles de cuentos que escribí, este es uno de los más recordados y queridos por mí. Es porque creé el cuento en torno a algo, a una situación que me pasó. Al hacerlo cuento, le agregué algunos elementos, con el fin de hacerlo más terrorífico. Esto que narro ahora no es el cuento, es lo que me sucedió, sin ningún adorno.

Regresaba de madrugada de cazar armadillos, a pie. Me acompañaba mi perro, Silvestre. Había tomado una carretera hacía ya muchos kilómetros, y los dos armadillos que llevaba en la mochila me parecían cada vez más pesados. Al pasar un pequeño puente decidí descansar en un costado de la carretera. 

A mi izquierda corría el pequeño arroyo que pasaba bajo ese puente. El arroyo tenía, en ambas orillas, el clásico monte franja, unas líneas de árboles nativos. Contra ese monte, frente a donde me senté a descansar, crecía tupido un bosque de eucaliptos. 

Hacia mi derecha, del otro lado de la ruta, había una luz a unos doscientos metros. Allí se encontraba una pequeña y solitaria casilla, un puesto de control de calidad para lecheros. Nadie se quedaba allí de noche, pero dejaban las luces encendidas. 

Algo de luz llegaba hasta donde me encontraba. solo un poco, lo suficiente para que la vista luchara para distinguir cosas. Observando el borde del bosque, noté algo que me alertó un poco. Era, me pareció, la silueta de un hombre. Entonces experimenté la primera impresión fea. No parecía tener cabeza.

Enseguida pensé que la vista me engañaba. Deduje que el tipo estaría de espaldas a mí y con el torso algo inclinado hacia adelante, y que por eso no veía su cabeza. Seguidamente, creí estar completamente equivocado, que mi mente interpretaba mal aquel bulto. Ahora me pareció que era un tronco de árbol.

 En ese momento venía un vehículo, un auto por la ruta. No había querido iluminarlo con la linterna, por si realmente era alguien. A nadie le gusta que te anden iluminando, y quién sabe que andaba haciendo el tipo, si era alguien. La luz del vehículo me lo mostraría bien.

No había nada, ni persona ni tronco. El auto se alejó y el lugar volvió a estar parcialmente iluminado y confuso. Como fuera, decidí irme de allí, aunque no había descansado casi nada. Entonces mi perro, que había permanecido acostado a mi lado, se levantó apuntando el hocico hacia la arboleda, tenso, olfateando, y repentinamente se lanzó corriendo hacia sus sombras.

No sirvió que lo llamara. Lo escuché correr entre los árboles, hasta que todo volvió a quedar en silencio. Le silbé varias veces, nada, ni un ruido. Tuve que decidir qué hacer. Opté, no sé por qué, por la peor opción, entrar a la arboleda. Me interné en ella linterna en mano, tratando de ver por dónde iba.

El bosque era por demás espeso. Había avanzado muy poco cuando empecé a escuchar algo. Me detuve y saqué el cuchillo que llevaba en la cintura. Era un siseo, un ruido como el que hacen los gatos cuando se enojan y abren grande la boca. ¿Pero siseo de qué era? Se escuchaba mucho más potente y ronco que el de un gato. Y lo peor era, que no podía distinguir de dónde venía.

Giré, iluminé hacia todos lados, el suelo, las ramas y troncos que me rodeaban. No vi nada, aunque sonaba muy cerca. Temí que me saltara en cualquier momento, y yo no sabía qué animal era, si era eso. Imaginé a un coatí, o a un mapache, pero por qué no lo veía. Tenía que salir de lugar. Giré y volví sobre mis pasos, ese creí, porque después de un trecho largo seguía en el bosque. 

Me detuve a considerar mi situación. Ya tenía que haber salido a la ruta, me había desviado, aunque no me explicaba cómo, porque avancé poco hasta que me detuvo el siseo, que por suerte ya no lo escuchaba. 

Un vehículo que pasó por la ruta me orientó. Respiré hondo al salir de aquellas sombras. Volví a donde me había sentado, ya angustiado por no saber de mi perro. Él apareció un rato después, cansado y con la lengua colgando a un lazo de la boca. Me marché de allí. Nunca más utilicé esa zona como lugar de descanso. Y al pasar por ahí otras noches, le colocaba la correa a mi perro.

Esto que acabo de contar son los hechos de esa madrugada, fueran lo que fueran. Cuando, muchos años después, hice el cuento de terror inspirado en esto, le agregué algo que me pareció muy bueno. Ahora reutilicé esa parte para hacer un microcuento que narro en el short de ahí abajo. Si te gustó la historia, y el pequeño short, dale un me gusta, y si te atraen las historias de terror, suscríbete a mi canal. Seguiré subiendo shorts, algunos podcasts y videos. Gracias. Saludos.



martes, 16 de septiembre de 2025

Aquellas Palabras Lo Aterraban

 ¡Hola! Dejo aquí un pequeño microcuento de terror en formato video, short, más bien. Iba a ser el primero de muchos shorts que voy a subir a YouTube; pero decidí subirlo primero aquí, a mi viejo blog. Es un micro, pero bastante inquietante. Es sobre un terror clásico, un miedo que algunos tienen durante su niñez. Se titula: "No hay monstruos". Gracias. Saludos.