jueves, 18 de septiembre de 2025

Experiencia real inquietante, y video

 ¡Hola! Hace muchos años escribí un cuento de terror que titulé: “El monte embrujado”. Entre los, literalmente, miles de cuentos que escribí, este es uno de los más recordados y queridos por mí. Es porque creé el cuento en torno a algo, a una situación que me pasó. Al hacerlo cuento, le agregué algunos elementos, con el fin de hacerlo más terrorífico. Esto que narro ahora no es el cuento, es lo que me sucedió, sin ningún adorno.

Regresaba de madrugada de cazar armadillos, a pie. Me acompañaba mi perro, Silvestre. Había tomado una carretera hacía ya muchos kilómetros, y los dos armadillos que llevaba en la mochila me parecían cada vez más pesados. Al pasar un pequeño puente decidí descansar en un costado de la carretera. 

A mi izquierda corría el pequeño arroyo que pasaba bajo ese puente. El arroyo tenía, en ambas orillas, el clásico monte franja, unas líneas de árboles nativos. Contra ese monte, frente a donde me senté a descansar, crecía tupido un bosque de eucaliptos. 

Hacia mi derecha, del otro lado de la ruta, había una luz a unos doscientos metros. Allí se encontraba una pequeña y solitaria casilla, un puesto de control de calidad para lecheros. Nadie se quedaba allí de noche, pero dejaban las luces encendidas. 

Algo de luz llegaba hasta donde me encontraba. solo un poco, lo suficiente para que la vista luchara para distinguir cosas. Observando el borde del bosque, noté algo que me alertó un poco. Era, me pareció, la silueta de un hombre. Entonces experimenté la primera impresión fea. No parecía tener cabeza.

Enseguida pensé que la vista me engañaba. Deduje que el tipo estaría de espaldas a mí y con el torso algo inclinado hacia adelante, y que por eso no veía su cabeza. Seguidamente, creí estar completamente equivocado, que mi mente interpretaba mal aquel bulto. Ahora me pareció que era un tronco de árbol.

 En ese momento venía un vehículo, un auto por la ruta. No había querido iluminarlo con la linterna, por si realmente era alguien. A nadie le gusta que te anden iluminando, y quién sabe que andaba haciendo el tipo, si era alguien. La luz del vehículo me lo mostraría bien.

No había nada, ni persona ni tronco. El auto se alejó y el lugar volvió a estar parcialmente iluminado y confuso. Como fuera, decidí irme de allí, aunque no había descansado casi nada. Entonces mi perro, que había permanecido acostado a mi lado, se levantó apuntando el hocico hacia la arboleda, tenso, olfateando, y repentinamente se lanzó corriendo hacia sus sombras.

No sirvió que lo llamara. Lo escuché correr entre los árboles, hasta que todo volvió a quedar en silencio. Le silbé varias veces, nada, ni un ruido. Tuve que decidir qué hacer. Opté, no sé por qué, por la peor opción, entrar a la arboleda. Me interné en ella linterna en mano, tratando de ver por dónde iba.

El bosque era por demás espeso. Había avanzado muy poco cuando empecé a escuchar algo. Me detuve y saqué el cuchillo que llevaba en la cintura. Era un siseo, un ruido como el que hacen los gatos cuando se enojan y abren grande la boca. ¿Pero siseo de qué era? Se escuchaba mucho más potente y ronco que el de un gato. Y lo peor era, que no podía distinguir de dónde venía.

Giré, iluminé hacia todos lados, el suelo, las ramas y troncos que me rodeaban. No vi nada, aunque sonaba muy cerca. Temí que me saltara en cualquier momento, y yo no sabía qué animal era, si era eso. Imaginé a un coatí, o a un mapache, pero por qué no lo veía. Tenía que salir de lugar. Giré y volví sobre mis pasos, ese creí, porque después de un trecho largo seguía en el bosque. 

Me detuve a considerar mi situación. Ya tenía que haber salido a la ruta, me había desviado, aunque no me explicaba cómo, porque avancé poco hasta que me detuvo el siseo, que por suerte ya no lo escuchaba. 

Un vehículo que pasó por la ruta me orientó. Respiré hondo al salir de aquellas sombras. Volví a donde me había sentado, ya angustiado por no saber de mi perro. Él apareció un rato después, cansado y con la lengua colgando a un lazo de la boca. Me marché de allí. Nunca más utilicé esa zona como lugar de descanso. Y al pasar por ahí otras noches, le colocaba la correa a mi perro.

Esto que acabo de contar son los hechos de esa madrugada, fueran lo que fueran. Cuando, muchos años después, hice el cuento de terror inspirado en esto, le agregué algo que me pareció muy bueno. Ahora reutilicé esa parte para hacer un microcuento que narro en el short de ahí abajo. Si te gustó la historia, y el pequeño short, dale un me gusta, y si te atraen las historias de terror, suscríbete a mi canal. Seguiré subiendo shorts, algunos podcasts y videos. Gracias. Saludos.



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